Casi
siempre olvidamos que la educación, como las plantas, crece en dos
direcciones:
-Hacia
afuera (arriba): hojas, flores (lo social, lo laboral... lo
colectivo).
-Hacia
dentro (abajo): las raíces (lo personal, el yo... lo individual).
La
educación escolar tradicional se ha preocupado casi exclusivamente
de que la planta (el alumno) diera verdes hojas y hermosas flores,
pero casi nunca se ha ocupado de que sus raíces fueran grandes y
profundas para permitirle asentarse bien y poder alimentarse de todo
aquello que la tierra le ofrece.
Esas
raíces grandes y fuertes solo puede proporcionarlas una educación
emocional sistemática y planificada en nuestras escuelas.
Podemos
concluir que la educación solo será efectiva si se ocupa de manera
integral de todos los ámbitos de la persona.
Sin
emoción no hay aprendizaje. Para un docente es tan importante el
dominio de su materia, como lo es ser emocionalmente inteligente:
enseñamos a conocer pero, inexcusablemente, también enseñamos a
ser.
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