Jaime Martínez Montero. Inspector de Educación
La importancia del nuevo decreto de escolarización se justifica porque regula una cuestión que los padres se suelen tomar muy en serio. A mí me ha confesado más de uno que le ha causado más preocupación conseguir el colegio donde su hijo iba a empezar la Primaria que la universidad donde iba a realizar sus estudios superiores. Curiosamente, el problema de la escolarización es muy pequeño. Hay plazas escolares más que suficientes y casi todo el mundo alcanza una de ellas en el centro que prefiere. El problema surge en las grandes ciudades, donde algunos centros privados tienen una demanda muy superior al número de puestos escolares que tienen. Y ante la posibilidad de no entrar, los padres se trastornan. Para alcanzar los puntos de la zona son capaces de recurrir a cualquier truco, cualquier engaño, cualquier impostura, con el fin de conseguir los méritos o puntos que les permitan alcanzar la plaza deseada. Se podría escribir un libro con las anécdotas y sucesos con que se intentan alcanzar unos puntos que, a priori, no se tienen. Padres perfectamente serios que ocupan cargos de responsabilidad, profesionales que tienen en sus manos la vida y las haciendas de otras personas, altos y bajos funcionarios, se prestan a las maniobras más oscuras para poder alcanzar el fin deseado. De este modo, uno ha visto matrimonios que se “deshacen” y que uno de sus miembros curiosamente se va a vivir a un piso de alquiler enfrente del colegio al que quieren mandar a su hijo. Una vez admitido éste, se produce la feliz reconciliación y vuelven a juntarse los que nunca se han separado y vuelven al piso o casa matriz que nunca dejaron. O, por ejemplo, alguna empingorotada señora que, de acuerdo con su marido, de repente le entra la vena trabajadora y se emplea de asistenta en casa de una amiga suya, que le paga lo mínimo –para que pueda también puntuar por ahí– y que, casualmente –la amiga, claro–, vive dentro de la zona donde está el colegio soñado. Por supuesto, alquilar pisos o censarse en estas codiciadas parcelas escolares es algo más corriente y que tiene menos mérito.El nuevo decreto alivia algo este problema al dar prioridad a los aspirantes que ya tengan hermanos dentro del colegio respecto de los que viven en la zona. También la nueva legislación ha omitido un criterio –que el alumno tuviera una enfermedad crónica que necesitara atención con cierta inmediatez– que había provocado en los solicitantes más estragos de salud que una epidemia de peste. Algún colegio famoso de alguna ciudad estuvo a punto de ser convertido en un hospital. Fue tal la concentración de enfermos crónicos que quisieron entrar en el mismo que se estuvo a punto de llamar a la OMS. Ya ven. Ha bastado con que tal mención desaparezca para que los niños de ciertas familias y de ciertas zonas recobren la salud. ¡Ojo! Decimos que los padres –bien formados e informados, preocupados por su progenie– buscaban qué posible enfermedad podían adjudicar a sus cachorros y, a continuación, buscaban a un médico –¡y lo encontraban!– que certificaba esta falsa circunstancia. Lo del enfermo imaginario no se puede circunscribir a Molière. Sorprende que el deseo de que la prole sea educada bajo las directrices de un determinado santo o beato, o de acuerdo con un determinado proyecto educativo laico, lleve tan lejos a los padres. ¡Qué amor por Santa Lucía o por el ideal educativo del Libre Pensamiento!, podría pensar un espectador ajeno poco conocedor de lo que ocurre. Pero no es verdad tanta belleza. Los padres no están tan interesados en esto como en que sus hijos pasen los muchos años de la escolaridad en un marco acorde a lo que ellos creen que se merecen. No se desean tanto un colegio cuanto el ambiente social determinado que este colegio posee. La caída de la población y el nuevo enfoque del decreto pueden aliviar la presión descrita. Pero se podría hacer más. Hay bastantes centros “no famosos”, entre ellos públicos, que en las evaluaciones externas (Pruebas de Diagnóstico, exámenes de Selectividad) obtienen muy buenos resultados e incluso se sitúan por encima de otros con renombre. Pero estos datos no son conocidos por nadie. Por ello, sería conveniente (como en Francia o el Reino Unido) que se hicieran públicos unos indicadores por centro que dieran cuenta de las condiciones del mismo respecto a la preparación que depara a sus alumnos, los recursos que posee, el grado en que sus egresados alcanzan sus metas, etc., de modo tal que se sustituyeran las creencias autoalimentadas que dirigen la elección por un conocimiento mayor de lo que los centros hacen y de sus posibilidades. No sólo se aliviaría la tensión, sino que se reforzaría a colegios e institutos que trabajan muy bien, y se obligaría a que se espabilaran otros que a lo mejor no lo hacen tanto.
FUENTE: El dia de Córdoba
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