ANTE TODO MUCHA CALMA
LAS PELEAS ENTRE HERMANOS:
Tarde de domingo, llueve fuera, estás viendo una película y pensando en lo bien que se está en casa cuando, al otro lado del pasillo, se oye un grito infantil. Inmediatamente aparece en el salón uno de tus hijos con una mejilla roja, llorando y contándote que su hermana le ha pegado. La guerra está declarada, ¿y ahora qué haces?.
Las peleas entre hermanos son normales y hasta saludables. Lo raro sería que dos personas que conviven y tienen que compartir sus cosas y sus afectos siempre estuviesen de acuerdo. Además, les prepara para encauzar bien los conflictos que irremediablemente tendrán con personas ajenas a su familia. Ahora bien, los niños tienen que aprender que todo tiene un límite, y que las peleas en casa también. Vivir entre gritos e insultos indiscriminados es insoportable para ellos y para los adultos con los que viven.
Aunque hay que tener en cuenta que en los niveles de agresividad de cada individuo influye un factor genético, cada niño nace con un temperamento determinado y particular, la actitud de los padres es fundamental para que la paz sea lo habitual en la convivencia. Existen dos posturas a tomar: una a largo plazo para prevenir las peleas y otra a corto cuando ya los niños están en plena contienda. Pero las dos tienen un punto en común: paciencia, calma y tono sosegado por parte del adulto.
Hay que tener claro que las peleas nunca se van a acabar por prohibirlas taxativamente. Es más, los especialistas aseguran que cuanta menos paciencia tengan los padres y más autoritarios sean, más agresividad demostrarán los hijos.
En principio, hay que evitar la famosa frase ¿quién ha empezado?, los padres se convierten en jueces de sus hijos y esto no lleva a nada. Lo perfecto es esperar para intervenir y dar una oportunidad al entendimiento entre ellos. Si vemos que la cosa va a más habrá que interpretar el papel de moderador, dar opción a que los dos expliquen su punto de vista y, tras escucharles pacientemente, hacerles entender que deben hablarlo cuando estén más calmados y llegar a un acuerdo. Que cada uno exprese lo que considera justo para solucionar el conflicto. Si vemos que esto es imposible podemos hacer desaparecer, si se puede, el motivo de la discusión. Por ejemplo, si se pelean porque uno quiere ver un programa y el otro un vídeo, se acaba la televisión para los dos. Pelearse de forma agresiva da como resultado perder ambas partes.
Los padres son los primeros que deben cuidar lo que dicen, no incentiva mucho expresiones como “nunca os podréis llevar bien” o “con vosotros no hay quien viva tranquilo”.
Tampoco parece muy lógico esperar que el perdón por parte de los hermanos sea de forma inmediata, una cosa es que dejen de pegarse o insultarse y otra que se amen locamente cuando acaban de enfadarse. Por lo tanto, es mejor no forzar disculpas o besos que puedan provocar resentimientos.
Cuando uno se enfada necesita desahogarse, a los niños hay que enseñarles que también se puede hacer con palabras que no hagan daño. Por supuesto, lo mejor es con el ejemplo. Si un padre o una madre expresa su enfado con insultos, gritos o explosiones de violencia de cualquier tipo ¿qué espera que hagan sus hijos cuando se enfaden ellos?. Hay que controlarse e intentar racionalizar, es perfectamente lícito decir “ahora prefiero no hablar contigo, cuando me calme lo discutimos tranquilamente”. En momentos de calma hay que enseñarles a verbalizar las emociones y a no acumular rencores.
Es conveniente incentivar las relaciones sociales, invitar amigos a casa para que jueguen los dos hermanos y aprendan a compartir. Cuando los niños no se peleen, felicitarlos por ello. Dar valor a las conductas adecuadas las refuerza y será más fácil que se repitan.
La inactividad, el aburrimiento y sobre todo el exceso de televisión, propician las peleas
Las peleas entre hermanos son normales y hasta saludables. Lo raro sería que dos personas que conviven y tienen que compartir sus cosas y sus afectos siempre estuviesen de acuerdo. Además, les prepara para encauzar bien los conflictos que irremediablemente tendrán con personas ajenas a su familia. Ahora bien, los niños tienen que aprender que todo tiene un límite, y que las peleas en casa también. Vivir entre gritos e insultos indiscriminados es insoportable para ellos y para los adultos con los que viven.
Aunque hay que tener en cuenta que en los niveles de agresividad de cada individuo influye un factor genético, cada niño nace con un temperamento determinado y particular, la actitud de los padres es fundamental para que la paz sea lo habitual en la convivencia. Existen dos posturas a tomar: una a largo plazo para prevenir las peleas y otra a corto cuando ya los niños están en plena contienda. Pero las dos tienen un punto en común: paciencia, calma y tono sosegado por parte del adulto.
Hay que tener claro que las peleas nunca se van a acabar por prohibirlas taxativamente. Es más, los especialistas aseguran que cuanta menos paciencia tengan los padres y más autoritarios sean, más agresividad demostrarán los hijos.
En principio, hay que evitar la famosa frase ¿quién ha empezado?, los padres se convierten en jueces de sus hijos y esto no lleva a nada. Lo perfecto es esperar para intervenir y dar una oportunidad al entendimiento entre ellos. Si vemos que la cosa va a más habrá que interpretar el papel de moderador, dar opción a que los dos expliquen su punto de vista y, tras escucharles pacientemente, hacerles entender que deben hablarlo cuando estén más calmados y llegar a un acuerdo. Que cada uno exprese lo que considera justo para solucionar el conflicto. Si vemos que esto es imposible podemos hacer desaparecer, si se puede, el motivo de la discusión. Por ejemplo, si se pelean porque uno quiere ver un programa y el otro un vídeo, se acaba la televisión para los dos. Pelearse de forma agresiva da como resultado perder ambas partes.
Los padres son los primeros que deben cuidar lo que dicen, no incentiva mucho expresiones como “nunca os podréis llevar bien” o “con vosotros no hay quien viva tranquilo”.
Tampoco parece muy lógico esperar que el perdón por parte de los hermanos sea de forma inmediata, una cosa es que dejen de pegarse o insultarse y otra que se amen locamente cuando acaban de enfadarse. Por lo tanto, es mejor no forzar disculpas o besos que puedan provocar resentimientos.
Cuando uno se enfada necesita desahogarse, a los niños hay que enseñarles que también se puede hacer con palabras que no hagan daño. Por supuesto, lo mejor es con el ejemplo. Si un padre o una madre expresa su enfado con insultos, gritos o explosiones de violencia de cualquier tipo ¿qué espera que hagan sus hijos cuando se enfaden ellos?. Hay que controlarse e intentar racionalizar, es perfectamente lícito decir “ahora prefiero no hablar contigo, cuando me calme lo discutimos tranquilamente”. En momentos de calma hay que enseñarles a verbalizar las emociones y a no acumular rencores.
Es conveniente incentivar las relaciones sociales, invitar amigos a casa para que jueguen los dos hermanos y aprendan a compartir. Cuando los niños no se peleen, felicitarlos por ello. Dar valor a las conductas adecuadas las refuerza y será más fácil que se repitan.
La inactividad, el aburrimiento y sobre todo el exceso de televisión, propician las peleas
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